La carretera que asciende hasta los 1.912 metros del Mont Ventoux, en Provenza, es una etapa mítica del Tour de Francia, y, con sus rampas, curvas e impresionantes vistas, una ruta de ensueño para autocares. Contando, eso sí, con que el motor tenga potencia suf iciente y el conductor mucha paciencia.

¿Viñas sin fin, olorosos campos de lavanda? Pues no: áridos parajes rocosos allá donde miremos. ¿Temperaturas mediterráneas templadas y suave brisa? Pues no: en torno al autocar silba el viento con ráfagas de más de 90 km/h. El Mont Ventoux, o «Monte Ventoso», hace honor a su nombre y muestra a quienes llegan a su cumbre a 1.912 metros que la Provenza esconde más que los estereotipos usuales que las agencias de viajes gustan de vincular con el sur de Francia.

Pero lo destemplado del clima y la aridez del paisaje desde la cumbre no hacen menos fascinante este distintivo de la región, visible desde kilómetros. A él acuden ante todo masas de cicloturistas, atraídos muchas veces por emular a los profesionales y superar personalmente la etapa legendaria del Tour de Francia.

Para el conductor Jacques Roux, de la empresa Lieutaud Autocars de Avignon, los numerosos ciclistas que recorren los 21 kilómetros desde el pueblo vinícola de Bédoin hasta la cima del Mont Ventoux, 1.600 metros más arriba, suponen a veces un reto más difícil que las pendientes de hasta el 13 % y tantas curvas tan cerradas.

Al volante de su Tourismo K de Mercedes-Benz, el conductor supera curva tras curva, desnivel tras desnivel. «Con sus diez metros de largo, el Tourismo K se deja conducir como un automóvil —dice Roux satisfecho—. Su enorme maniobrabilidad y sus 350 CV hacen que la subida al Mont Ventoux resulte todo un placer, si no fuera por tantos ciclistas».

Y así es: en curvas sin visibilidad o si hay tráfico en sentido contrario, no puede adelantar a los ciclistas y tiene que avanzar casi a paso de tortuga. Toca bajar de marcha y alzar la vista con atención. ¿Viene alguno enfrente? Entonces hay que acelerar, subir de marcha y doblar suavemente la curva pensando en el nuevo desnivel. Pero aparece el siguiente grupo de ciclistas y vuelta a frenar. «Lo más peligroso, de todos modos, es cuando están bajando a 80 km/h y cortan por mitad de las curvas», algo que Roux ha aprendido en sus largos años de experiencia.

Si al principio de la departamental D974 el paisaje estaba aún salpicado de vides y frutales, al poco tiempo se asciende entre nutridos bosques de pinos. En la estrecha calzada se lee alguna que otra frase de ánimo en letras gigantescas, recuerdo de la última vez en que se disputó esta dura etapa en el Tour de Francia. A 1.400 metros de altitud, faltando aún más de seis kilómetros para la cima, el paisaje vuelve a cambiar: el lugar del bosque lo ocupa ahora un terreno rocoso, árido y blanquecino, que nos deslumbra con el claro sol de la Provenza. 

Pasado el parcamiento del restaurante Chalet Reynard, un letrero indica que a partir de aquí se prohíbe el paso a autobuses... a no ser que vayan equipados con retardador como nuestro Tourismo K. «Claro está —explica el conductor Jaques Roux—, lo que vayamos a subir tendremos también que bajarlo. Sin retardador los frenos se pondrían al rojo en pocos kilómetros».

Al llegar a la cima, los visitantes descubren un panorama apabullante: por una parte, el Valle del Ródano; por la otra, el macizo de Luberon; con clima despejado se alcanza a ver incluso el Mediterráneo a casi 100 kilómetros de distancia. Las impresionantes vistas, sin embargo, no invitan a demorarse, por la fuerza del viento y las temperaturas, bastante frescas aun en pleno verano. Así que, al poco tiempo, el chófer Jaques Roux enfila ya el Mercedes-Benz Tourismo K montaña abajo, con el retardador moderando suavemente la velocidad, y en seguida volvemos a los viñedos y los aromáticos campos de lavanda que tanto usan las agencias para publicitar la Provenza.